Había una vez una treintena de orugas rechonchas y blancas; había una vez, en Oiartzun, una treintena de orugas rechonchas y blancas. Abramos nuestro telón blanco de seda, vamos a empezar a contar la historia de nuestras orugas rechonchas y blancas.
Era el 10 de mayo cuando la profesora Izaskun de Haurtzaro Ikastola de Oiartzun ofreció las orugas. Las aulas de HH3 de Orereta Ikastola estaban trabajando el tema del caserío y les venían como anillo al dedo para profundizar en el tema: es un regalo poder seguir de cerca el proceso de metamorfosis de las orugas. Las orugas vinieron de Oiartzun a Orereta Ikastola en una caja que luego se les iba a quedar pequeña, y tomaron asiento en una mesita junto al rincón de experimentación de HH3.



Y fue allí donde las y los pequeños investigadores de HH3 comenzaron a recoger información y a realizar labores de observación día tras día. Para cuando pasaron unos días en el aula, las blancas y rechonchas orugas se habían hecho compañeras de aula de HH3. Las y los niños, nada más llegar a la Ikastola, se acercaban a su caja deseosos de ver qué hacían, cómo habían cambiado de color, cómo habían crecido. Durante la circulación autónoma siempre ha habido algún grupo de menores que ha estado observando el proceso con los ojos como platos.
Las orugas sólo comen las hojas de las zarzas de las moras, que, por cierto, no se encuentran en cualquier lugar. Conociendo lugares de moras en Lezo y Oiartzun, los fines de semana las y los pequeños investigadores han llenado bolsas con hojas que han traido a la Ikastola los lunes; por lo que no les ha faltado comida a las rechonchas y blancas orugas en toda la semana. Crecer según comían, y comer más según crecían. «Jan eta lo, beti potolo», ¡claro que sí!



Las orugas, una vez habían comido lo suficiente, comenzaron a crear poco a poco lo que sería su hogar: eligieron una esquina de la caja y poco a poco hicieron una pared de seda hasta crear lo que después sería el capullo. Cuando todas las orugas hicieron su capullo, pasaron unos veinte días en su interior haciendo la metamorfosis.



¡Y vaya! Llegar un día a la Ikastola y… ¡el capullo agujereado y mariposas blancas en la caja! ¡Qué ilusión la de los y las pequeñas investigadoras! Las mariposas movían las alas, pero no salían de la caja. Las y los niños tuvieron la oportunidad de cogerlas en la mano, de abrazar a sus rechoncos y blancos compañeros y compañeras de aula.


Un día las orugas unieron sus cabezas y empezaron a poner huevos para volver a nacer en marzo-abril del año siguiente. ¡Y cómo no, las y los pequeños investigadores de HH3 han guardado sus huevos con la esperanza de poder disfrutar del proceso de metamorfosis de sus amigas y amigos rechonchos y blancos también el año que viene! ¡Y seguro que habrá ocasión, porque el color de la esperanza también es el blanco!